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lunes, 1 de abril de 2013

Capítulo 4: Diosa sonriente (Fran).


“Si hay algo que realmente quieres, no te rindas; lucha por ello hasta quedarte sin fuerzas.”
Eso fue lo que me dijo mi madre una vez, cuando le pregunté por qué seguía queriendo a mi padre aunque nos hubiera abandonado hacía años.
-Esa es la frase por la que he guiado mi vida, cariño.-Me dijo mientras me ponía una mano en la mejilla.-Y aún me quedan fuerzas, así que no me rendiré y seguiré esperándolo.
-Yo me haré fuerte y seré tu fuerza cuando quieras.-Le dije mientras apretaba un puño en señal de fuerza.
Aún era un niño en ese entonces y no entendía muy bien lo que mi madre decía; a decir verdad nunca supe a que se refería hasta que la vi por primera vez.
Ella iba cruzando la calle con una brillante sonrisa en la cara. Me quedé prendado en cuanto la vi. Parecía que algo bueno le había pasado para que pudiera sonreír así, pero solo era la impresión que quería causar. En sus mejillas distinguí algunas lágrimas.
“Parece que esa chica sigue luchando por lo que quiere.” Fue el primer pensamiento que se me pasó por la cabeza.
El semáforo se puso en verde y los vehículos de atrás me instaron para que arrancara.
“Supongo que es hora de irse; nos volveremos a ver.” Pensé al salir como un rayo con la moto.
Al día siguiente pasé por el lugar en el que la había visto a la misma hora con la esperanza de volverla a ver, y no me decepcionó. Así pasé los días, viéndola por unos minutos y calculando las posibilidades de que un día se fijase en mí.
Mis chicos se habrían reído de mí si hubiesen averiguado que me había enamorado de una diosa sonriente que no sabía de mi existencia.
Cuando un día no llegaste al que se había convertido en nuestro cruce me preocupé; y no fue por nada, habías sido secuestrada, pero lo peor es que habían sido mis chicos quienes lo había hecho.
Me enfadé muchísimo con ellos, pero me dieron una oportunidad de hablar con ella. La verdad es que no resultó ser como yo me la había imaginado, era mucho mejor.
Cuando llegó la banda de Tomás me asusté de que ella estuviera allí, y fue la primera vez que quise proteger a alguien desde la muerte de mi madre; pero no fue la única vez en ese día que hizo que me preocupara, la segunda vez fue cuando salió del almacén y no conseguí encontrarla hasta varias horas después.
La tomé en brazos y la llevé a la moto, fue entonces cuando pensé que sería mejor tener un coche; cosa que nunca antes me había planteado siquiera.
La llevé a su casa y la dejé en una de las dos habitaciones que había.
Antes de irme del apartamento me acordé de un juego del que mi madre me había hablado cuando era pequeño.
-¿Por qué sonríes así?-Le pregunté cuando la vi mirando una pequeña nota.
-Porque esta nota me trae buenos recuerdos.
-¿De qué?
-De tu padre. Un día mientras dormía me hizo varias notas que fue colocando por la casa y creando un caminito de pétalos de rosas. Esta es la nota en la que me pidió matrimonio.
Fui a la floristería más cercana y allí compré una rosa roja, era lo único a lo que me llegaba con lo que llevaba encima.
Le dibujé un trayecto de la cama a la puerta de la habitación y le coloqué tres pequeñas notas.
Esperé fuera hasta que saliera y allí la llamé por primera vez princesa, aunque parece que eso no le gustó; después me ofrecí a llevarla a su trabajo, y cuando se bajo de la moto me quedé observándola durante un buen rato mientras trabajaba. Vi como les sonreía a los clientes mientras le ofrecía el menú del día.
Parecía un ángel del cielo, y fue entonces me di cuenta de que había encontrado a la persona de la que mi madre me había hablado. Lucharía por ella sin rendirme y sin arrepentirme de hacerlo. Ella sería la persona a la que protegería tanto si lo quería como si no; pero antes tendría que ganarme su corazón o por lo menos hacer que confiara un poco en mí.
“Lucharé por ti diosa sonriente.” Pensé antes de arrancar la moto y dejar de observar a la chica.