“Si
un chico te dice que eres guapa no vale mucho; si te dice hermosa cuando te ve
recién levantada échale agua porque sigue soñando.”
Esa frase me la dijo mi padre
un día cuando tenía 14 años y aún soñaba con los príncipes azules. Nunca supe
si lo decía de verdad o solo quería burlarse de mi imaginación, pero en ese
momento me hizo reír mucho.
Cuando desperté me encontraba
en mi cama tapada con una sábana y al lado de mi cama vi un papel doblado.
Para la princesa más bella del mundo.
Se podía leer sin desdoblar
la hoja. Genial, ahora hasta se confunden
de habitación. Pensé mientras me disponía a levantarme para darle a mi
compañera la nota. Aunque curiosear un
poco no le hará daño a nadie. Me dije para convencerme de que podía leer la
nota. Al fin y al cabo se ha equivocado
él de habitación, no yo.
Primero deberías comer algo o te volverás a
desmayar, y ni tú ni yo queremos que eso ocurra ¿verdad?
Las memorias, de lo que
parecía una eternidad, volvieron de repente. Me levanté de sopetón y vi pétalos
de flores que unían mi fea cama gris con la blanca puerta. Los seguí y después
de salir de la habitación me guiaron hacia la cocina. Le hice caso a la nota y
desayuné. Cuando fui a colocar los platos en el lavavajillas vi otra nota.
Ahora deberías ir ha ponerte
cómoda.
Me dirigí a mi cuarto y me
puse un chándal rojo el cual era mi favorito. En una de las perchas vi otra
nota.
Por último asegúrate de coger las llaves
antes de salir, y que tengas un buen día, cuando tengas problemas llámame; mi
número lo tienes en el móvil.
¿Ya está? Es decir, no hay ninguna otra nota. ¿Se ha
acabado tan rápido? Pensé. No podía
negar que era de las chicas a las que le gustaban los juegos románticos, así
que me entristecía que éste ya se hubiese acabado.
Miré la hora en el reloj de
la habitación y me puse nerviosa, me cambié la parte de arriba del chándal y
salí corriendo hacia el trabajo. Con
mucha suerte llegaré justo a tiempo. Pensé mientras bajaba las escaleras a
trompicones.
-Ahhhh.-Grité cuando me
tropecé con mi propio pié y me vi en el suelo.
-Deberías de tener
cuidado-dijo la voz de la persona que me sujetó,-no vaya a ser que te hagas
daño, princesa.
-Graci…-empecé a decir hasta
que vi la cara del jefe de los que me habían secuestrado, el dueño de los ojos
lapislázuli.- ¿Vuelves a intentar terminar lo que te impidieron esta mañana?
Está subido en una moto negra
y lleva un casco colgado del brazo
-Así me gusta, princesita, tú
siempre tan mordaz.
-Déjame en paz ¿quieres?-Le
digo mientras echo a correr en dirección al trabajo.
-¿Intentas huir de mí
corriendo?
-¿Me ves lo suficientemente
estúpida para hacerlo?-Le pregunto mientras le miro levantando una ceja.
-No, mi princesita nunca
haría eso.
-No soy una princesa y no soy
tuya.
-Aún.-Escucho que murmura.
Sigue conduciendo a mi velocidad.- ¿A dónde vas?
-No te interesa.
-Y yo que pensaba ofrecerme a
llevarte.-Para la moto.
-Está bien.-Le indico la
dirección mientras me subo detrás de él.-Y ve rápido que llego tarde.
-Por supuesto.-Le da gas a la
moto pero antes de salir disparados se da cuenta de mi mano.- ¿Qué quieres?
-El casco.-Le reclamo.
-No te creas tan importante,
el casco no se lo dejo a las chicas hasta la quinta cita.
Me río, pero él me obliga a
abrazarle fuerte cuando empieza a conducir como un loco. Noto sus abdominales
al agarrarme a él, su cuerpo es lo suficiente grande como para que me proteja
del viento.
El viento me revuelve el pelo
y la adrenalina sube por mis venas. Llegamos al restaurante familiar dónde trabajo más
rápido de lo que me hubiera gustado.
-Gracias por traerme.-Le digo
mientras me bajo.-Y espero que no vuelvas por aquí nunca más.-No le doy tiempo
para que conteste. Salgo corriendo hacia el restaurante…