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miércoles, 2 de julio de 2014

Capitulo 1: Me saca de mis casillas.

Ese día iba con prisa, tenía unas pintas de loca y, lo más importante, estaba de una mala leche increíble.
Mi padre me había regañado la noche anterior por quedarme hasta muy tarde en el ordenador y por esa misma razón ese día no me había despertado. Por lo que el día más importante, de lo que podría llamarse, mi vida como estudiante llegaba tarde, sin siquiera haberme pasado el peine por el pelo, con un aliento de espanto que intentaba repeler con un caramelo de menta y, sobre todo, sudando como tanto odiaba.
Pues a esto que decido que no llego al instituto a tiempo a no ser que coja el bus y justo me pasa el que debería llevarme. Acelero y lo veo pararse en la parada; entonces pienso: "¡Por fin algo de suerte hoy!"
Estoy a punto de llegar a la parada y el autobús se pone en marcha. "¡¡¡¡Nooo!!!! ¡Vuelve!" Golpeo el bus y un chico con cascos se vuelve a girarme. Le hago señas mientras corro para que pare el bus. Me sonríe y niega con la cabeza.
Ajá. Niega con la cabeza...
Y así, señores y señoras, llegué tarde mi primer día en el bachiller, en un instituto nuevo. "¡Maldito idiota del bus!"
Pero lo peor no fue llegar tarde, lo peor fue llegar con pelos de loca, un aliento para nada mejorado, sudando como si fuera Nadal en uno de sus partidos, jadeando de tal forma que sabía si conseguiría volver a respirar normal, y roja como un tomate.
Y aún no he llegado a lo peor de todo el día. Porque, aunque suene típico, cuando entré en clase me hice notar... porque me caí de rodillas ya sin fuerzas.
Os prometo que quise matarme allí mismo, pero eso no era propio de mí. Nada de rendirse por más mala que sea la situación, así que saqué fuerzas de la vergüenza que estaba sintiendo con la risa de todos mis nuevos compañeros y me fui a sentar al único asiento que quedaba libre (en primera fila). Saqué una libreta y un bolígrafo y garabateé durante todo el tiempo que estuvimos ese día allí.
A la vuelta decidí coger el bus, porque no tenía ganas de ir andando a ninguna parte. ¿A que no sabéis a quién me encontré? Sí, al imbécil que no había parado el bus. Y como ese día no me podía salir nada peor me dirigí hacia él.
-Eres un imbécil tío, ¿tanto te costaba decirle a conductor que parase el bus esta mañana? ¿Tal vez tienes que pagar 1000 euros por cada buena acción que hagas? Dime que es eso, porque si no te aseguro que no respondo de mí.
-Primero hola. Segundo sí, si me costaba. Tercero nunca sería tan idiota como para pagar tanto por ayudar a cualquiera. Cuarto no veo por qué debo de ayudar a alguien sin que me beneficie de ningún modo. Quinto la próxima vez que me llames imbécil no pienso ser tan amable.
-¿Amable? ¿Tú? Creo que deberías darle un repaso al diccionario, porque parece que aún no tienes ni los conocimientos de un niño de cinco años. Al menos el crío si habría intentado ayudar, y no sería tan...- me lo pensé bien- borde y cabrito como tú.- El autobús paró, aún quedaba un buen trecho para llegar a mi casa.-Espero no volver a encontrarme con un imbécil como tú en mi vida.
Y aunque mi naturaleza no es muy violenta, se dí un bofetazo; y después salí por las puertas del bus justo cuando se empezaban a reír. Esta vez, fue mi turno de mirarle con una sonrisa de suficiencia mientras se marchaba en el bus aún sorprendido de lo que había hecho.
Esperé hasta que llegó el siguiente bus y me subí, el perder un euro y treinta céntimos por el bus me supo muy bien. Lo primero que hice al llegar a casa fue meter el ticket del bus en el que le había cantado las cuarenta al "yo sobre todos" en mi caja de cosas importantes.
Me sentía todopoderosa, era la primera vez que me hacía oír sobre alguien y me gustaba la sensación...
O por lo menos, me gustó hasta que llegó el día siguiente y lo volví a ver en el bus.
Al subir evité mirarle mucho, pero me sonreía con superioridad, y además vino a ponerse a mi lado, por lo que, al encontrarme en un pequeño hueco que había al lado de la puerta de salida, me quedé aprisionada a su lado...

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